domingo, 13 de abril de 2008

Desventuras del no Fumador

El drama del no fumador es el de toda víctima que no puede defenderse; que no puede superar la culpa o la violencia de reclamarle al fumador que apague su cigarrillo o se vaya a fumar a otra parte de una vez. Se podría decir, que en éste caso, el no fumador tiene dos alternativas: abstenerse por completo de entrar en el 90% de los bares, restaurantes y demás, o exponerse a un grave riesgo para su salud.
Es sabido también que quién se defiende queda injustamente colocado en el odioso papel de mal compañero, intolerante o quisquilloso. Defenderse está mal visto, aunque todos tengan el derecho de no ser enfermados por otros contra su propia voluntad.
¿Dónde quedó eso de que los derechos de un individuo terminan donde comienzan los de los demás?
Hay quienes sostienen que es uno quien debe decidir que es bueno y que es malo para su propia salud, pero también hay que aceptar, de una buena vez, que tirar el humo del cigarrillo en lugares donde respiran todos, es una conducta agresiva e indiferente.
Es por eso que el no fumador necesita que lo protejan; que el poder político no sólo establezca reglas del juego y leyes, sino que, a dos años ya de sancionadas, se las cumpla con decisión y firmeza de una vez por todas.
Esta es la única vía para que la defensa contra la contaminación no decaiga en problemas personales; en un motivo más de discordia, de insolidaridad.
Pero la restricción al cigarrillo no puede ajustarse a dependencias oficiales, porque el mismo problema se presenta en cualquier sitio donde el no fumador, el que no quiere que el tabaco le arruine su salud, debe permanecer. Típicamente, en su lugar de trabajo, donde está obligado a pasar horas y donde tiene el derecho a reclamar aire puro.
Bien sabemos que el tabaquismo es un problema para el que fuma y para el que no fuma, que se ve cercado por el humo ajeno, y la ley antitabáquica no constituye un tratamiento serio del problema y mucho menos se cumple.
Un tratamiento “como la gente” del asunto no sólo debe incluir la prohibición de fumar en lugares de trabajo y en todos los establecimientos hoteleros, bares, restaurantes o boliches, sino que hasta tanto se genere conciencia en las personas de lo nocivo que resulta el tabaco, se deben implementar controles estrictos, ya que todo el mundo debe tener derecho a disfrutar regularmente de dichos establecimientos sin exponerse a un cáncer de pulmón u otros graves problemas de salud.
¿Pero qué hacer cuando los propietarios de estos lugares no respetan nada? ¿Levantarse e irse, o denunciar para hacer valer el derecho a permanecer en lugar libre de humo?
Evidentemente la culpa es de todos; por un lado, importa más que el cliente, fumador, vuelva, consuma, que nadie le diga nada; y por el otro, el conformismo y la resignación del no fumador que toma la posición de irse de un lugar sin reclamar.
Entonces si el gobierno no hace cumplir la ley, como debe ser, la única alternativa que queda es el conflicto, que agrega mas roces a las relaciones entre iguales. ¿Vamos a llegar a eso?
Hay tantas cosas por consumar… pero también hay tantas que defender… tantas que el propio no fumador siente como más urgentes y cuya exigencia no está tan mal mirada por la sociedad, que la defensa contra la agresión del humo quedará para mejor ocasión.
Al no fumador, que sólo piensa en su derecho a la salud, no le interesa impedir el cigarrillo en lugares donde no es una amenaza cierta para los demás. Sólo busca, al igual que la ley antitabaco, ayudar a tomar conciencia de la adicción al cigarrillo, como primer paso, para tratar de revertir ese hábito tan dañino para su salud y para la de los demás.
En fin, la protección del medio ambiente y, por sobre todo, la de nuestra salud, necesaria y lamentablemente, “le pese a quien le pese”, incluye prohibiciones, pero ¡ojo!, no es un culto a la intolerancia sino a la convivencia.

Gisella Filas

No hay comentarios: